Esta es la historia de una niña que quería ser escritora y poeta. Tenía un maestro en su padre, poeta y letrista de copla y de flamenco, que la llevaba a la radio y a los teatros donde se representaban las comedias musicales españolas de la época. Ella, entre bastidores, era partícipe de la música, la canción y el drama, presentes de continuo en su vida.
Más tarde, empezó a utilizar las palabras de otros para expresar sus emociones. Así, la Literatura le proporcionaba un caudal inacabable de historias y de sentimientos que descubrir en las aulas, de forma casi secreta, soterrada, a cada uno de sus alumnos. Sobre todo el teatro, una creación colectiva que alentaba el encuentro de todos los participantes consigo mismos y con los demás implicados. También las canciones, siempre de forma privada y en círculos pequeños, le permitían expresar los sentimientos que al interpretarlas afloraban.
Más adelante, ella aprendió a mirar dentro de sí y a ponerle palabras a lo que podía ver allí. Fue encontrando su propio lenguaje. Pero el resultado de este aprendizaje siguió quedando dentro de la esfera estrictamente personal.
Ahora que por fin ha logrado confiar en su capacidad de expresión, agradece –no saben ustedes cuánto- el acto de homenaje que le han dedicado, acto que culmina el proceso seguido pasando lo privado y restringido, hasta ahora, a la esfera pública y haciéndole entender que, si bien la expresión propia y personal ha llegado al final del proceso, los otros lenguajes utilizados –la literatura, el teatro en todas sus implicaciones y la canción (ajena)- han cumplido el sueño de su niñez: ser escritora y poeta.
Porque se puede escribir de muchas formas y se escribe siempre para un público (numeroso o limitado) y yo animo a todos a buscar su propio lenguaje, el instrumento que a cada uno sirva para entenderse, expresarse y prestar su voz a quienes (aún) no lo hayan encontrado.
Gracias por ser mi público querido.
Carmen Alfonso
21 de noviembre de 2021





